Las conferencias matutinas de Andrés Manuel han resultado en un ejercicio que poco y nada tiene que ver con la transparencia y la rendición de cuentas y sí mucho con el culto al líder y el ejercicio del poder. Desde el púlpito, López Obrador dicta la agenda del día, a él nadie lo interrumpe, nadie lo manda y quien lo cuestiona, obtiene a cambio la promesa de “revisar el tema”, una respuesta vaga como “el pueblo es sabio y bueno”, “lo veremos” o “ya lo estamos revisando”, pero si el comentario no ha sido de su agrado, el apelativo “prensa fifí” acompaña la respuesta, eso o la afirmación de que, detrás de todo, hay una “mafia.”
El estilo del Presidente es algo a lo que, la ciudadanía y la prensa no están acostumbrados, algo inédito en la historia moderna; es inverosímil imaginar a Peña Nieto, López Portillo, Díaz Ordaz, Salinas de Gortari, Vicente Fox o Felipe Calderón respondiendo a las preguntas que una prensa perspicaz lanza cual dardos en una conferencia que no admite tiempo para pensar, que se transmite en vivo y que condiciona la agenda mediática del día.
Andrés Manuel no necesita censurar a través de pagos, reveses o intermediarios, ni siquiera molestarse en pedir favores a los dueños de periódicos y canales de televisión y radio, su conferencia matutina marca el ritmo de los medios y mueve a las redacciones al son que toca el Presidente.
En un país democrático, la voz oficial no puede ser la única que se admita en la prensa, la agenda no puede ser dictada por un hombre, sino que debe responder a la realidad y al sentir de la sociedad, cerciorarse de que se están tratando los temas que preocupan a la ciudadanía. La prensa, como contrapeso del poder, debe enfrentar a quienes nos gobiernan, debe ser crítica, metódica, ética y capaz de confrontar, con datos y cifras, las verdades a medias de quienes siempre intentarán justificar sus malas acciones.
Las conferencias matutinas no deben convertirse en la fuente y respuesta a todas las preguntas que la ciudadanía hace, ni en un “estilo” de gobernar (aunque Alejandro Murat intente copiarlo y fracase en el intento), sino dar pie a la crítica más profunda y a un diálogo real entre los pesos y contrapesos que sostienen el país.
Andrés Manuel, hombre de masas, es ahora un Presidente en funciones, no es más un candidato, ni parte de la oposición, es un ser humano que comete errores y que debería aceptar que las diferencias se resuelven en el diálogo y no en la imposición; que el ejercicio real del poder nace de los acuerdos y no del autoritarismo; que la prensa, la ciudadanía y él no se encuentran en la misma posición y que, el trato desigual y la insistencia en culpar a una mafia omnipotente de las violencias que padecemos, culmina en un separatismo que daña a la sociedad.
Por su parte, aunque sea tachada de “fifí”, la prensa deberá mantener una postura crítica ante el inminente autoritarismo de Andrés Manuel y, recordar que la democracia, necesita de la participación de todos, sobre todo, cuando el gobierno no admite más voz que la emanada de un hombre.