Por favor, no me mates.

La violencia contra la mujer es una constante en nuestra sociedad; de manera recurrente, escuchamos, leemos y vemos noticias relacionadas con el incremento en el número de feminicidios, la trata de mujeres, el abuso sexual, las desapariciones, etc.

Sin embargo, los medios de comunicación pocas veces hablan de la violencia silenciosa que día a día sufrimos las mujeres; la violencia que no se ve, es la violencia que sostiene y fortalece prácticas que terminan con la vida de miles de mujeres.

La violencia contra la mujer, no es sólo aquella que se ejerce de manera física, no es la muerte, los golpes, o el tener que dar a luz afuera de un hospital porque se nos niega la atención médica oportuna; pasa por prácticas como el mantener salarios que no reconocen nuestro trabajo y capacidad, el acoso laboral, los comentarios machistas, la desigualdad en el reparto de tareas en el hogar, el trato desigual en la asignación de puestos, la poca representatividad en los espacios para la toma de decisiones, el no tener acceso a la tenencia de la tierra, el no reconocimiento de nuestros derechos políticos, la venta de niñas y jóvenes, el acoso callejero y la doble victimización de que son objeto las mujeres que denuncian a su agresor o agresores, por mencionar algunas.

Violentar a las mujeres es algo que se considera normal en nuestra sociedad, de manera directa o indirecta, todas y todos hemos contribuido a mantener prácticas que vulneran la integridad de las mujeres, desde los comentarios como “seguro se acostó con alguien y por eso tiene un cargo”, hasta situaciones domésticas como “tu hermano sí puede porque es hombre”, e incluso, la creencia de que los celos son amor, son algunas de las situaciones y acciones que contribuyen a legitimar y afianzar la creencia de que las mujeres son sujetos distintos de los hombres y que por ello pueden ser tratadas de manera desigual.

El asesinato de una mujer es sólo la parte visible de una violencia estructural y sistemática que las mujeres padecen a lo largo de su vida. Creer que las mujeres somos golpeadas porque queremos o porque no nos defendemos, es un alegato simplista que deja de lado las prácticas y creencias bajo las cuales hemos sido educadas. Una mujer que no se defiende, no es una mujer torpe, es una mujer que ha sido privada de su capacidad gracias al discurso de que es un “ser débil”; una mujer que no denuncia, no es una “agachada”, sino una mujer que tiene miedo de ser atacada nuevamente por su agresor y que no confía en la labor de las instituciones; una mujer joven, que permite que su novio la agreda, es una chica que creció creyendo que la dominación es amor.

En el marco del “Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer”, cabe reflexionar acerca del papel que como ciudadanas y ciudadanos jugamos en el combate a la erradicación de la violencia que padecen las mujeres. ¿Somos actores activos o pasivos? ¿Violentamos a las mujeres o combatimos esa violencia? ¿Qué hacemos de manera individual para contribuir a la mejora en las condiciones de vida de las mujeres? ¿Mantenemos prácticas machistas? ¿Reproducimos discursos que hablan de respeto pero en la práctica seguimos viendo a las mujeres como enemigas? ¿Nos solidarizamos con la lucha de las mujeres o creemos que exageran?

Cada una de nosotras y cada uno de ustedes, caballeros, debieran reflexionar acerca de las condiciones en que las mujeres sobreviven en una sociedad que las lacera; en nosotros está generar mejores condiciones para el trato igualitario entre hombres y mujeres, el trabajo de las instituciones se fortalece con el trabajo de la sociedad. Educar en valores y solidarizarnos con nuestras madres, esposas, amigas y compañeras es parte fundamental del combate a la violencia de género.

Necesitamos que los discursos vayan más allá y se transformen en acciones que dignifiquen y empoderen a las mujeres. Todas, sin excepción, tenemos derecho a una vida libre de violencia, a vivir sin miedo, a vivir sin tener que atacar a otras mujeres para obtener la aprobación de los hombres.

Tenemos derecho a vivir.

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