Por Anahis Terán
Cada persona es única e irrepetible, nace con una misión y una vocación en la vida, que, a lo largo de ésta, intenta descubrir. Mi nombre es Anahis Terán Ramírez, soy Licenciada en Ciencias de la Comunicación, egresada de la Universidad La Salle y cuento con Parálisis Cerebral Infantil (PCI).
Esta discapacidad o, mejor dicho, capacidad diferente, es un trastorno que afecta alguno de los cinco sentidos con los que nacemos. La adquirí porque a mi madre le rompieron la fuente a la hora de hacerle un estudio de rutina. Esta negligencia, ocasionó que naciera a los seis meses de embarazo y con sólo 900 gramos de peso; cabía en la palma de la mano de mis padres. Mientras estaba en la incubadora, contraje un virus que me ocasionó meningitis, lo que dejó una lesión irreversible en mi cerebro, en parte de mis neuronas psicomotrices; al pasar el tiempo, el doctor notó mejoría y, cuando logré vencer el virus, me entregó a mis padres.
Pasaron los meses y mi madre notó que no caminaba, me recargaba en la pared, parecía que no tenía equilibrio. Cuando tenía un año, me llevó a una escuela de estimulación temprana y la directora le dijo: “Señora, ¿no le han dicho que su hija tiene una discapacidad?”. La noticia fue un balde de agua fría para mis padres; sin embargo, aceptaron el reto que se les había colocado enfrente.
A los 7 años de edad, gracias a una exitosa cirugía, di mis primeros pasos; aquel fue un momento único y muy especial, ya que, inicialmente, los doctores dijeron que nunca iba a caminar. No obstante, ésta fue tan sólo la primera de una serie de cinco cirugías adicionales y doce años de intensa rehabilitación. Todo un proceso que construyó una nueva Anahis, no sólo en el aspecto físico, sino también en mi esencia.
Uno de mis sueños, era tener una carrera profesional. Recuerdo bien que cuando era niña, siempre jugaba a ser conductora o locutora de algún programa. Cuando supe que quería estudiar una carrera se lo dije a mis padres; ellos me apoyaron, pero en el camino me enfrenté con muchas personas que me dijeron que no sería capaz de terminarla.
Antes de realizar el examen de admisión, mis padres me dijeron que jamás me importara lo que la gente dijera sobre mi vida; si yo era feliz y me sentía segura de mis decisiones, lo demás no importaba. Me afirmaron que, si llegaba a no terminar la carrera, también debía estar orgullosa y satisfecha por haberlo intentado. Sus palabras me llenaron de fortaleza.
Muchas veces me quise dar por vencida, pero luché tanto para mejorar físicamente como para no cumplir este sueño. Es así como continué esforzándome para lograr ser comunicóloga y, después de cuatro años, terminé mis estudios; ese día no podía creer que el sueño que tenía desde niña era por fin una realidad. Este camino no ha sido sencillo, pero cuando luchas por un sueño sin darte por vencido, ten por seguro que lo lograrás. Crean en ustedes mismos, apóyense en quienes creen en ustedes y nunca se rindan.