Por: Romina Silva – Roberto Villagrán
La temporada de lluvias es indispensable para el equilibrio de la vida en el planeta. Algunas culturas prehispánicas decían que el agua de lluvia era el “néctar de la tierra”, porque cuando cae, provoca una explosión exuberante de vegetación y vida. Por esta razón, en la antigüedad era muy común hablar del Dios de la lluvia, brindarle ofrendas y venerarlo cuando las sequías golpeaban las regiones, con la esperanza de que pronto volviera a caer la tan anhelada lluvia.
Un ejemplo de ello es Tláloc, un Dios adorado por diversas culturas mesoamericanas, al cual se le asociaba con las montañas, las cuevas, los jaguares y el poder. Su presencia es de suma importancia para estas culturas, pues él, otorga las lluvias para regar las tierras, en las cuales crecen todas las plantas y los cultivos. Esta deidad, era tan esencial en su cotidianidad que le dedicaban cultos en los cerros y las montañas, los cuales son considerados sitios donde nace la lluvia. Pero Tláloc no es el único Dios relacionado al agua, otros ejemplos son: la Diosa Chalchiuhtlicue, el Dios Chaac, el Dios Dzahui y el Dios Yuku.
Las sequías han sido y son parte natural de los ciclos estacionales de nuestro planeta, no obstante, procesos como la deforestación, la contaminación atmosférica y la sobreexplotación de los ríos y los lagos, han provocado que las sequías se vuelvan más frecuentes y prolongadas, poniendo en riesgo la vida de las personas y generando enormes pérdidas en el sector agropecuario. Esto se debe a que la mayoría de los cultivos de alimentos son de temporada, como las milpas, por lo que dependen de las lluvias. También, se ha reportado que fuertes sequías no son toleradas por los animales de granja y terminan por perecer.
Pese a esto, hoy hemos perdido de vista la importancia de los ciclos de las lluvias por una sensación equivocada de suministro de agua infinito. Al menos, así era hasta hace unos cuantos años, antes de caer en la fuerte sequía que golpea nuestra región. Despertar con cortes de agua y tener que comprar agua a precios elevados se volvió cotidiano.
Sin embargo, como si de una bendición se tratase, las primeras lluvias del año llegaron a aligerar la intensa sequía que azota la región, llenando presas, reviviendo ríos, nutriendo cultivos, lo que provocó una reacción unísona de las personas que salieron a agradecer a la tormenta que llegó a calmar la ansiedad que provoca la falta de agua.
Es ahora cuando entendemos y cobra sentido adorar al Dios de la lluvia. ¿Volveremos a apreciar la lluvia como lo hacían nuestros antepasados?