La noche del último brindis

Por: Uriel de Jesús Santiago Velasco 

Imposible definir a un mexicano, si su espíritu es tan bravío y apacible que parecieran no juntarse y aún así, estar siempre unidos; pareciera que al mexicano le interesa más el festejo que incluso el evento mismo que se celebra, por eso los aniversarios históricos son por demás celebrados y más cuando se trata de un centenario, al menos así lo deja claro el extinto secretario de cultura Rafael Tovar y de Teresa en su libro: “El ultimo brindis de don Porfirio” escrito en 2010, precisamente para conmemorar el bicentenario del inicio de la Independencia de México, aquella que comenzó la madrugada del 16 de septiembre de 1810 y de la cual ya todos sabemos. 

Pues en este texto, sin restarle importancia, el movimiento histórico que nos dio origen como país, pasa a segundo término ya que la visión del libro gira entorno a los festejos por el primer centenario de la independencia de México, llevados a cabo en un contexto  político social complicado, donde el Porfiriato estaba en el ocaso y una revolución estaba latente, en esas condiciones, el centenario fue una tregua en la que sólo importó celebrar a México y a los próceres de la patria. 

A lo largo y ancho del país se llevaron a cabo diversos actos conmemorativos, en Oaxaca por ejemplo, se erigieron varios arcos triunfales al estilo neoclásico que emulaban las victorias de los victorias del ejército insurgente durante la gesta independentista, además, se compiló y publicó el libro “Oaxaca en el centenario de Andrés Portillo”, del que hablamos hace algunas ediciones de la revista. 

Entendemos que bajo este contexto, el presidente aún era don Porfirio Díaz y que su imagen política y militar era ampliamente reconocida a nivel internacional, por lo que varios países europeos y latinoamericanos obsequiaron estatuas, placas u objetos representativos de sus propias culturas para acrecentar y reafirmar su amistad con México, tal es el caso de Alemania, Estados Unidos, Francia, Guatemala e Italia. 

El centenario se celebró en grande, el vulgo festejo con bailes populares en teatros, plazas y mercados que contrastaron con los festejos aristócratas del gabinete. La celebración cúspide tuvo lugar por supuesto en palacio nacional; la noche del 23 de septiembre de 1910, ante más de seis mil invitados, Porfirio Díaz abría el baile de la mano de la marquesa de Bugnano, el reloj marcaba las 10 pm, las 27 delegaciones extranjeras admiraban la fastuosidad de la época, aunque irónico en la fiesta mexicana todo era al estilo europeo, pero nada importaba, los invitados con sus mejores galas admiraron a Carmelita Romero que esa noche, según nos dicen las crónicas, lució un elegante vestido de seda rosa; aseguran que ese baile opaco a los celebrados en épocas de Maximiliano y Carlota, nada se comparó con la fastuosidad de aquella noche que sin saberlo, era el último gran baile, no se ha vuelto a hacer evento igual. 

El fin del Porfiriato era más que inminente, pero no fue preocupación esa noche, se festejaba un siglo del inicio de la independencia, nueve décadas de la nación mexicana y como dice Rafael Tovar y de Teresa, era el último brindis y había que celebrarlo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *