Por: Elizabeth Castro
Hace seis años, en esta sección publicábamos un texto sobre el incipiente triunfo de López Obrador. Hoy, pareciera que lo más adecuado es hablar de Claudia y de cómo por primera vez en la historia de México una mujer será PRESIDENTA, contribuyendo así a la lucha y emancipación de las mujeres, y a la conquista de los espacios políticos que durante años nos han sido negados.
¡Vamos, lo más adecuado sería decir que #EsClaudia!, y que nos guste o no, Xóchilt no tiene esperanzas de arrebatarle el triunfo a MORENA. Sin embargo, aunque adecuado, el contexto y las formas en que podemos analizar el no-fenómeno de Claudia son completamente distintos al momento mexicano de 2018.
MORENA se ha convertido en la principal fuerza política del país, y durante casi seis años Andrés Manuel no ha dado un paso atrás en su papel como figura central del movimiento. Se sabe fundador, líder y hasta mesías; y por ello, aunque las bases y algunos líderes dentro del partido puedan tener momentos de descontento o incluso hayan intentado generar rupturas al interior de su instituto se han topado con un sistema muy organizado y, sobre todo, leal.
No es el partido, es EL PRESIDENTE, es por ello que la designación de Claudia Sheinbaum como candidata a la presidencia, aunque generó molestias al interior de MORENA, fue aceptada. A diferencia de Andrés Manuel, Claudia no llega a la candidatura con y por el apoyo popular, carece de carisma, proyección y estrategia. Le debe su carrera a López Obrador y ha sabido actuar en congruencia.
Es decir, si algo se puede decir de ella, es que es leal, y esa lealtad, esa participación a ratos tibia, pero siempre solícita es parte de lo que la llevó a un camino que le permitirá pasar a la historia como la primera de (esperemos) muchas. Sin embargo, uno de los grandes cuestionamientos que podemos hacer de esta candidatura, es que su designación demuestra que los espacios de representación política siguen siendo acaparados y gobernados por hombres.
Claudia no llega impulsada por la militancia, no es una líder nata, y mucho menos un ejemplo de brillante carrera política; en cambio, es alguien que promete continuar con el proyecto de nación del presidente. No nos dejemos engañar, la candidata no rompió nada, le abrieron la puerta, le pidieron que aprendiera unas cuantas frases y la lanzaron al ruedo, a diferencia de López Obrador, ella no enfrenta un gobierno opositor, ni tendrá que dedicarse en cuerpo y alma a su campaña.
Claudia no tiene que abrir brecha, porque Andrés se ha encargado de allanar el camino. A diferencia de muchas mujeres en la historia, a Claudia llegar no le costará tanto, las condiciones socio políticas, y sobre todo, el deseo de un hombre que premia la lealtad antes que nada, le permitirá cumplir el que ha sido el sueño de las mujeres que han hecho política desde hace décadas en México.
Sí, es bueno que una mujer sea presidenta. Pero, no podemos olvidar que eso no garantiza nada, al final, las mujeres crecimos dentro de este sistema, aprendimos del patriarcado y nuestros procesos de deconstrucción también pueden ser lentos, e incluso un fracaso. Y Claudia es un ejemplo de ello. ¿Es mujer? ¡Sí!, pero aliada… lo dudamos.
No olvido la tarde en que nos gasearon en el zócalo, ni las carpetas de investigación que la Fiscalía de la Ciudad de México inició en contra de compañeras que ni siquiera estaban a la “hora de los hechos” en la marcha. No olvido a Harfuch siendo acusado de tener nexos con el crimen organizado, ni a Claudia furiosa en una conferencia de prensa después de un 28S cuando dijo que no teníamos porque marchar en CdMx. Tampoco olvido la caída del metro y la nula investigación en contra de la directora. Ni hablar de sus enfrentamientos con las alcaldesas de oposición.
#EsClaudia, pero quizá… nada cambie.