Por: Romina Silva Espejo
El Día de Muertos es una celebración que nos caracteriza como mexicanos; es única en el mundo, pues celebra y reconoce con felicidad, pasión y convivencia, a lo que comúnmente se le teme: la muerte.
Esta celebración que ocurre cada 1 y 2 de noviembre, trae consigo una serie de preparativos y ofrendas para recibir dignamente a los seres queridos que ya no están más en este mundo terrenal; las ofrendas, los tapetes, los murales y los desfiles, no son para nada grises y tristes, al contrario, irradian felicidad, colores y aromas deliciosos.
Una de las características más importantes sobre el Día de Muertos, es que existe desde épocas prehispánicas, cuando la concepción de la vida y la muerte era muy distinta a la ideología que trajo consigo el establecimiento de la iglesia católica en el país. No existía el cielo, el infierno, ni el castigo o el paraíso eterno; por ejemplo, los aztecas creían que, dependiendo de la causa que provocaba la muerte, sería la dirección que tomarían los muertos.
Si se moría a causa de guerra, sacrifico o partos, la dirección que se tomaba era hacia el Omeyocan, un sitio privilegiado considerado un paraíso del sol; si la causa de muerte tenía relación con el agua, se dirigían al Tlalocan, donde el dios de la lluvia Tláloc los recibía; en cambio, si la muerte era por causas naturales, los muertos se dirigían hacia el Mictlán, el lugar de muertos.
El Mictlán es un sitio sin retorno, muy espacioso y con poca luz; para llegar, es necesario atravesar sierras, pasar un camino supervisado por una serpiente, cruzar por el sitio donde vive Xochitónal, una largartija muy grande de color verde, atravesar páramos, cerros, cruzar vientos tan fríos que se sienten como navajas y atravesar un río acompañado por un guía de cuatro patas: el Xoloitzcuintle.
El nombre Xoloitzcuintle tiene varios significados, pues la palabra Xolotl puede significar Dios mexica de la vida y la muerte, arrugado, raro, o monstruo; mientras que Itzcuintle significa perro; cualquiera de estas palabras representa muy bien su simbolismo y apariencia sin pelo. Aunado a su trabajo como guía de los muertos, los Xoloitzcuintles eran venerados en vida, se les atribuía poderes curativos debido a su alta temperatura corporal; con sólo acercarse y tocar al perro, este podía curar enfermedades como el asma, reumatismo, artritis y cólicos menstruales.
Estudios arqueológicos sugieren que la raza se originó hace aproximadamente tres mil años en la parte occidental de México. A comparación de los Xoloitzcuintles que conocemos en la actualidad, los prehispánicos eran de talla media a chica (25 cm – 45 cm), sus extremidades eran más cortas, su dentadura era distinta y su coloración variaba de café a negra. Podemos encontrar distintas artesanías en cerámica o barro que representan a esta raza en el periodo del Clásico temprano y, la mayoría de estas, se encuentran en el estado de Colima.
Sin duda, el Xoloitzcuintle es un perro muy curioso y muy mexicano, es un ícono que distingue a nuestra cultura internacionalmente. Lo podemos reconocer y admirar, especialmente, en las celebraciones del Día de Muertos.
Referencias bibliográficas:
Blanco, A., Götz, C., Mestre, G., Rodríguez, B., Valadez, R. (2008). El xoloitzcuintle prehispánico y el estándar actual de la raza. Asociación Mexicana de Médicos Veterinarios Especialistas en Pequeñas Especies 19:5 131-138.
Mendoza, V. (2013). El plano o mundo inferior Mictlán, Xibalbá, Nith y Hel. Estudios de Cultura Náhuatl.
Solana, F. (2016). El xoloitzcuintle: Patrimonio Cultural Mexicano. Perros pura Sangre. Valadez, R., Mestre, G. (2009). Nuestro conocimiento sobre el xoloitzcuintle: un balance entre ciencia y tradición. Asociación Mexicana de Médicos Veterinarios Especialistas en Pequeñas Especies 20:3 64-72.