Adolescencia y pérdida de un familiar

Por: Carime Kuri Fierros

La Organización Mundial de la Salud (OMS), define la adolescencia después de la niñez entre los 10 y los 19 años de edad, la clasifica en tres etapas: adolescencia temprana, de los 10 a los 14 años; adolescencia media, entre los 15 a los 17 años y adolescencia tardía, desde los 18 a los 21 años.

Enfocándome en la adolescencia temprana, el menor pasa por cambios muy significativos que van desde los cambios físicos y orgánicos hasta los psicosociales, marcando rasgos importantes de su personalidad que se pueden ver alterados por el entorno familiar y social; esta etapa en sí misma, marca ya un tema de pérdida, porque se deja atrás la niñez, enfrentándose a nuevos desafíos cada día para pertenecer a su grupo escolar y social. Hay muchos factores que intervienen para hacer de este proceso una transición sana,  siempre y cuando, todos y todo se mantengan en equilibrio, es difícil pero no imposible.

Los adolescentes hacen uso de la rebeldía cuando hay problemas entre sus padres, una economía afectada, alguna mudanza, un divorcio, un enfermo terminal o el tema que me ocupa, el fallecimiento inesperado de alguno de sus padres, hermano, abuelo o algún pariente muy querido. 

El menor que está lidiando con los cambios de su desarrollo y se le suma una muerte, lo atrapa entre sentimientos y emociones que hacen de esta etapa un camino difícil, desgastante, riesgoso, confuso e incluso, peligroso si no reciben la información y el acompañamiento adecuado desde el primer momento. Si no se cuenta con un profesional, deberá ser un familiar con la empatía, el amor y el sentido común para hablar desde la verdad y explicarle qué es lo que está pasando en el hogar.

Una pérdida impacta a toda la familia, y los adultos alrededor del adolescente, estarán también tratando de lidiar con su duelo, pero no deben apartarlo ni ignorarlo, al contrario, hay que preguntar qué dudas tiene, cómo se siente ante lo que está pasando, dejar que se exprese y prestar total atención a su comportamiento conforme pasen los días mientras se integra a su rutina habitual. Este acompañamiento será lo que marque la diferencia en su futuro inmediato. En muchos casos, la pérdida rompe con la estructura de casa y se tienen que hacer cambios importantes; en situaciones así, debe haber un apoyo constante y luminoso sin llegar a invadir su mundo sólo para evitar que se sienta solo; hay que evitarle horas de ocio o que se sienta abandonado, desprotegido, angustiado e incluso enojado.

Si al mes se nota pérdida del apetito o ansiedad por comer, desgano, irritabilidad constante, silencios prolongados, cambios radicales de personalidad, calificaciones bajas, notar que miente, esconde o cambia su lenguaje, es el momento de buscar un profesional  en duelos, un tanatólogo, quien establecerá un plan de trabajo personalizado para ahondar en sus emociones y llevarlo a la aceptación del fallecimiento del ser querido; mirándolo, no desde el abandono, ni como el final de su propio proyecto de vida, sino desde el amor.

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