¿Por qué nos enamoramos de hombres violentos? (2da. Parte)

Dra: Rosa María Ortiz Prado

En el artículo anterior mencionaba que hemos normalizado la violencia, aun sabiendo que es un fenómeno altamente complejo, universal, multicausal, legal y de salud pública que genera un sinnúmero de secuelas psicoafectivas que lesionan la autoestima, el autoconcepto y la autoimagen.

Poco hemos hecho para la erradicación de la violencia en la familia y en las relaciones de pareja, hemos tenido intentos con movimientos de carácter social que pretenden sacar a la luz esta problemática tolerada socialmente; las víctimas, como sabemos, son innumerables, mujeres, niñas, parejas del mismo sexo, parejas heterosexuales, hombres mismos coexistiendo, víctimas con el silenciamiento yoico determinado por múltiples razones socioculturales y económicas; las formas de la violencia conyugal o de pareja, son riesgosamente solapadas, confluyendo y mezclándose en nuestras relaciones interpersonales, volviéndose un patrón de comportamiento y a veces, la forma única en que muchas personas sobreviven, y que van desde un extremo de descalificación sutil, hasta el extremo cruento del daño físico y la muerte.

Como hemos señalado, vivir con violencia nos invita a reflexionar profundamente en nosotros mismos, ya que involucra nuestra forma de ser, nuestra crianza, nuestras interacciones sociales, familiares, culturales, religiosas y que son introyectadas desde la más tierna infancia en el seno de nuestro desarrollo, en los círculos más cerrados e íntimos como son nuestra familia, la escuela, la religión y todas las áreas humanas.

La semilla de la violencia sigue germinando en nuestros hogares, en nuestras relaciones de pareja, de manera encubierta y aceptada, solapada, normalizada, ya que llegamos a creer que dominar, celar, controlar, maltratar, insultar, es parte de la manera en que podemos mostrar el amor.

De alguna manera entendemos las secuelas físicas, económicas, patrimoniales, pero: ¿qué pasa con el daño psicológico, moral, personal, íntimo? ¿con aquellas heridas que destruyen nuestra autoestima, autoconcepto, autoeficacia, generando trastornos de ansiedad, de angustia, de desadaptación o reacciones psicosomáticas y más, que nos hablan del componente emocional tan profundo de este fenómeno?

Desde tiempos inmemoriales los seres humanos hemos buscado vivir gremialmente como la horda salvaje, el clan, la tribu etc., hasta la familia actual, misma que actúa como mediador entre el individuo y la sociedad. La familia cumple importantes funciones en múltiples aspectos de la supervivencia humana y también es la base de lo moral y lo emocional, en cada familia se consolidan esquemas de interacción repetitivos que pueden ser adecuados o inadecuados, morales o amorales, funcionales o disfuncionales, que nos construyen y marcan la pauta de la vida futura, en pareja y en familia de cada uno de nosotros.

Cuando la familia no puede cumplir con su función, consecuentemente se manifestarán patologías comportamentales que impedirán una vida exenta de violencia, sana, con desarrollo de unidad y equilibrio afectivo; una personalidad equilibrada, podrá aprender a vivir sin violencia, a amar sin violencia, pero: ¿qué personalidad es la que llevaremos al construir nuestra relación de pareja y familia?, ¿hemos normalizado la violencia?, ¿de esta manera merecemos vivir?, ¿a esto le llamamos amar?, ¿este es el legado humano que queremos perpetuar?, ¿hemos aprendido a amar como verbo?, es decir: ¿qué acciones decido ejercer para mostrar que sé amar?

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