Por: Dra. Rosa María Ortiz Prado
El divorcio, aunque parece una solución pronta, y en la actualidad, frecuentemente impensada a profundidad, es tomado como una solución rápida, más ahora que es concedido con la presencia de una sola de las partes, pues ya no son necesarias las causales, pero independientemente de su duración, tiene repercusiones y serias secuelas, sobre todo en los menores.
No deja de tener serias implicaciones de muchos tipos en toda la familia, y en los menores especialmente, ya que a veces, como adultos, centrados en nuestro dolor, enojo, desilusión, celos, coraje, desesperanza, etc., pensamos poco en las repercusiones a corto, mediano y largo plazo que esta decisión vital tendrá en los menores.
Aclaro que me refiero al divorcio no necesario, ya que el divorcio por características de violencia de género o de violencia intrafamiliar, es diferente. Pero partiendo de un divorcio por incompatibilidad, desacuerdos, diferencias de expresión emocional, diferencias o dificultades económicas, etc., existen repercusiones y costos emocionales.
En los menores podemos observar
Emociones negativas: los menores pueden expresar tristeza, ansiedad, ira, coraje, miedo, depresión, insomnio, angustia, y sentimientos de culpa, entre otras, creyendo con frecuencia que son responsables de la separación de sus padres.
Otra área de afectación es en su respuesta académica, ya que puede haber una disminución en su rendimiento cognitivo y escolar, al bajar su nivel de atención y concentración por los conflictos intrafamiliares.
También es frecuente observar problemas conductuales como comportamientos disruptivos, retos, agresiones a compañeros, impulsividad y deserción, que pueden manifestarse durante y después del proceso de divorcio.
Un área por contemplar son las repercusiones a corto, mediano y largo plazo, ya que los efectos del divorcio pueden perdurar hasta la vida adulta de ese menor o menores, afectando su capacidad para establecer relaciones de pareja saludables y estables.
Los padres podemos ayudar manteniendo una conversación respetuosa y enfocada a las necesidades de los menores, lo que ayuda a una mejor adaptación.
La comunicación abierta con el menor, señalándole que sus emociones son válidas y normales, puede ayudarlos a procesar mejor.
Mantener rutinas diarias les proporciona seguridad y normalidad ante tantos cambios.
Apoyarlos emocionalmente, contribuyendo a que se expresen a través de actividades creativas y ejercicios de respiración, es útil.
Evitar discusiones frente a ellos, y el no hablar negativamente del padre o la madre ausente o presente, protege al menor en la construcción de su sentido existencial.
Buscar ayuda profesional puede ser otra opción útil. El considerar la psicoterapia o los grupos de apoyo infantil, ayuda al menor a comprender y a asumir que su caso no es único y contribuye a que aprenda una sana gestión emocional.
Pensemos en el futuro del mundo, que son nuestros menores. Actuemos con responsabilidad ante una decisión que finalmente fracturará a una familia. El mundo sufre una fuerte crisis de valores, y no olvidemos que los valores tienen un nicho de origen que es el núcleo familiar. Protejamos a la familia, ya que es un constructo importante en el principio de identidad.
Psicoterapeuta y Maestra en Neurociencias: Rosa María Ortiz Prado.