Por: Dra. Rosa María Ortiz Prado
¿Quién de nosotros no ha tenido una desilusión, una decepción, una traición, una pérdida, la muerte de un ser querido, un abandono, una mutilación o la pérdida de un órgano, de un trabajo, un divorcio, etc.? La tristeza es una emoción que experimentamos en algún momento de nuestra vida todos los seres humanos, la caracteriza el desánimo, el desinterés, la desmotivación y casi siempre, aparece como consecuencia de una decepción o una pérdida.
Es una emoción natural y poderosa que cumple una función en nuestra existencia y, aunque puede ser profundamente incómoda, permite la construcción o identificación de un propósito importante en cada uno de nosotros: nos ayuda a procesar pérdidas, enfrentar nuevas situaciones, asumir nuevas herramientas de adaptación, reflexionar y trazarnos nuevos objetivos vitales.
En nuestro cerebro trabajan áreas como la amígdala cerebral y la corteza prefrontal, se activan, gestionando esas emociones intensas, ayudándonos a encontrar nuevas alternativas o nuevas soluciones incluso, ayudándonos a asumir la resignación que no es más que el proceso de reasignar nuevo sentido a la pérdida. La serotonina y otros neurotransmisores también juegan un papel clave, que influye en la manera en la que cada uno de nosotros asume el estar triste.
Aunque puede parecer una emoción abrumadora y enorme, la tristeza nos conecta con nuestras emociones más profundas y nos sirve de plataforma para buscar apoyo y sanación, su función principal podría ser buscar la introspección y el análisis constructivo de las circunstancias que la provocan, para facilitarnos el proceso de duelo, aceptación y readaptación. Puede fomentar la búsqueda de apoyo familiar y social, incluyendo el profesional, en ese momento en donde nos sentimos altamente vulnerables nos permite la formación de nuevos vínculos interpersonales; también tiene relación con el aprendizaje, con el cómo nos fue modelada la resolución de la tristeza en nuestro núcleo familiar, en el aprendizaje mismo de la resiliencia como fortaleza de vida.
Es una más de las importantes emociones que nos conectan con nuestra inteligencia emocional, permitiéndonos ser seres adaptados a las demandas constantes de un mundo que puede ser frustrante, agresivo, duro, pero a la vez, hermoso y dador de un sentido de vida. No temamos a la tristeza, es una emoción natural y humana, aprendamos a gestionarla, a encontrar la enseñanza que nos muestra, a sumarla a nuestra resiliencia para no construir cuadros de depresión, no nos dejemos llevar hasta allá, reconozcámosla sin juzgarnos, conectando nuestro cuerpo y nuestras sensaciones, identificando lo que sentimos; mantengamos una rutina saludable que nos permita gestionarla como ejercicio y alimentación saludable, apoyémonos en la meditación y en la atención plena, y aún con esfuerzo, sigamos haciendo actividades que disfrutemos como el deporte o entretenimiento, poco a poco todo esto contribuirá a recuperarnos, entendamos la profunda importancia que tiene para nosotros en este adaptarnos día a día al mundo que nos ha tocado vivir.
Psicóloga clínica psicoterapeuta
Maestra en Neurociencias
Rosa María Ortiz Prado
