El lenguaje en la psicoterapia. Romper el silencio, nombrar el dolor del trauma

Por la Dra. Rosa María Ortiz Prado

Los psicoterapeutas a lo largo de la historia hemos confiado en la capacidad curativa de la palabra para superar los traumas; esto surge en 1893 cuando Freud escribió que el trauma desaparecería en forma inmediata y permanente cuando se lograra sacar plenamente a la luz, el recuerdo del acontecimiento que lo había provocado y al activar el afecto correspondiente; cuando el paciente describía el trauma con el mayor detalle posible y ponía palabras a la emoción. 

Las investigaciones posteriores han demostrado que no es tan simple, los eventos traumáticos son casi imposibles de traducir en palabras. Romper el silencio, ya que, al quedarnos callados ante un trauma, lleva a la muerte del alma, el callarnos refuerza el aislamiento del trauma mismo, cualquiera que este sea.  Ser capaces de decirle a otro ser humano lo que nos pasó, decirlo en voz alta, por ejemplo “viví abuso sexual”, “mi esposo me golpeaba”, “mi novio me violentaba verbalmente”, “mis padres lo llamaban diciplina pero verdaderamente era maltrato infantil”, “toda mi infancia viví bulliyng por mi estatura”, etc., el empezar a hablar, es la señal de que la curación puede ser posible. 

Con frecuencia creemos que podemos controlar nuestro dolor, nuestra vergüenza, nuestra pena callando, silenciando nuestro Yo, poder nombrarlo nos ofrece la posibilidad de un control diferente del daño que nos han hecho. Ponerle nombre a aquello que nos ha dañado, reconocer y decir lo que hemos vivido, sentirnos escuchados y comprendidos, cambia la fisiología de nuestro cuerpo, como dijo John Bowlby: lo que no se puede contar a la madre (o a alguien muy importante y simbólico de nuestra vida) no se lo puede contar uno a sí mismo.

Por ej: si nos ocultamos a nosotros mismos que vivimos abuso sexual de niños o maltrato infantil, somos vulnerables y reaccionamos ante detonantes diversos con una respuesta de nuestro cuerpo entero ante las hormonas que indican “peligro”. Sin lenguaje y sin contexto, nuestra conciencia queda limitada a tener miedo o a estar asustados. Decididos a no perder el control, nos alejamos de la persona o cosa que nos recuerde el trauma y, cuando estamos forzadamente presentes ante esas personas, alternamos entre estar inhibidos o estar permanentemente tensos e irritables, explosivos, todo esto sin conscientemente saber por qué, lo que puede llevarnos a procrastinar, a dejar eventos inconclusos, a posponer metas o empezarlas y no terminarlas.

Al guardar secretos o eliminar información, nos estamos declarando la guerra a nosotros mismos, nos estamos auto lastimando, esconder nuestra emotividad profunda produce un gran costo a nuestra energía vital que podría ser dirigida a la búsqueda de objetivos y metas.

Pensemos si vale la pena seguir guardando silencio de aquello que nos lastima el alma, puede no gustarle a quien nos ha lastimado que hablemos de lo que nos hizo, pero la vida que ha vivido el dolor y el costo, es la nuestra, no la del otro.

Psicoterapeuta: ROSA MARIA ORTIZ PRADO

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