Por: Romina Silva y Roberto Villagrán
El cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la crisis alimentaria son problemáticas cada vez más presentes en el mundo. Por ello, es urgente replantear nuestros hábitos, especialmente los alimenticios. La entomofagia (el consumo de insectos por parte de los humanos) ha cobrado interés internacional por su potencial como alternativa sostenible a las fuentes tradicionales de proteína animal.
Aunque para algunas personas, sobre todo en países donde no es una práctica común, comer insectos puede parecer exótico o incluso desagradable, en muchas regiones del mundo esta costumbre tiene raíces profundas. Más allá de sus beneficios nutricionales, está ligada a la cultura, la identidad y la relación con el entorno.
En México, y particularmente en Oaxaca, la entomofagia tiene una larga tradición. Gracias a su gran diversidad biológica y cultural, este estado es ampliamente reconocido por el consumo de insectos. Los pueblos indígenas han desarrollado conocimientos sobre su recolección, preparación y conservación, integrando estos alimentos a su vida cotidiana de manera respetuosa con los ecosistemas.
El insecto más emblemático de Oaxaca es el chapulín, consumido sobre todo en los Valles Centrales. Estos saltamontes han sido parte de la dieta desde tiempos prehispánicos. Se recolectan en las milpas y se preparan tostados, con sal, ajo, limón o chile. Se comen como botana, guarnición o platillo principal, y su venta representa el sustento de muchas familias, convirtiéndose en una actividad económica de tiempo completo.
Además de los chapulines, en Oaxaca se consumen gusanos de maguey, chicatanas, jumiles, hormigas, escamoles, chicharras, entre otros. Esta variedad forma parte de una gastronomía vibrante, que no sólo alimenta sino también atrae a visitantes interesados en sabores únicos y tradiciones vivas.
Sin embargo, esta práctica ancestral enfrenta tensiones. En zonas urbanas, muchas personas jóvenes han dejado de consumir insectos, influenciadas por modelos alimentarios globalizados. A la vez, el creciente interés turístico y gastronómico ha provocado casos de apropiación cultural: los insectos se venden a precios altos en restaurantes de lujo, sin reconocer ni beneficiar a las comunidades que los han mantenido vivos.
Frente a estos desafíos, la entomofagia sigue siendo una puerta hacia hábitos más sostenibles, siempre que se respete y reconozca el papel de quienes la han practicado por generaciones. Oaxaca muestra cómo es posible alimentarse de forma local, saludable y en armonía con la naturaleza.
Tal vez los chapulines o las chicatanas no estén en todas las mesas, y está bien que no todas las personas quieran comerlos. Pero vale la pena preguntarse: ¿Por qué nos parecen raros? ¿Qué prejuicios tenemos sobre lo que consideramos comida? ¿Y qué podemos aprender de quienes han sabido convivir con su entorno de forma tan íntima?
