Ni abrazos ni resultados 

Por: Elizabeth Castro  

Los hechos ocurridos en las últimas semanas en Michoacán evidencÍan la vulnerabilidad del Estado mexicano frente al crimen organizado. Activistas, funcionarios y ciudadanos: nadie es intocable. 

El asesinato de Bernardo Bravo Manríquez, líder de los productores de limón en Apatzingán —quien había denunciado públicamente las extorsiones que enfrenta el sector—, así como el del presidente municipal de Uruapan, perpetrado en pleno acto público, reflejan la manera en que los grupos criminales buscan sembrar miedo entre la población; mostrando su poderío y la impunidad que los ampara.  

Aunque durante su primer año de gobierno Claudia Sheinbaum ha mostrado un cambio respecto a la estrategia de seguridad impulsada por su antecesor —dejando de lado los “abrazos”—, los resultados aún no son palpables. A cada pequeño avance, un nuevo suceso mediático contradice la narrativa que intenta imponerse desde Palacio Nacional. 

Por su parte, Omar García Harfuch acapara los reflectores al presentarse como la solución a los problemas de seguridad, atrayendo incluso casos del fuero común para exhibir la supuesta incapacidad de las autoridades locales. Sin embargo, esta estrategia no resuelve el problema de fondo: lo profundiza. 

Al quitarle carga de trabajo y responsabilidad a las autoridades locales, estas dejan de ocuparse de los fenómenos delictivos que les competen, se reducen recursos, esfuerzos, mecanismos de control y capacidades; lo que a la larga incentiva la proliferación de grupos delictivos, quienes encuentran fuerzas locales disminuidas y coludidas, incapaces de hacer frente y ajenas a la necesidad de seguridad de las personas.  

Los asesinatos acontecidos en Michoacán, más que un tema en la mañanera, deberían ser un llamado a rectificar la estrategia de seguridad, fortalecer a las instancias locales y reconocer que, sin un trabajo coordinado entre los distintos niveles de gobierno, el combate al crimen sigue siendo una pantomima. 

Ni Harfuch lo sabe todo, ni los gobernadores son tan inocentes. Y mientras Claudia se separa poco a poco de Andrés, el país sigue sumido en la incertidumbre y la inseguridad, aunque… al menos ya no damos abrazos. O eso queremos creer.  

Elizabeth Castro

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