La vida microscópica 

Por: Romina Silva 

El ojo humano, aunque nos permite apreciar la belleza del mundo natural, es una herramienta limitada. Apenas logramos distinguir una flor diminuta de un milímetro o un grano minúsculo de arena. Más allá de lo que alcanzamos a ver a simple vista, existe un mundo aún más diverso: el mundo microscópico. Y aunque lo olvidamos con facilidad, porque no lo vemos, de él depende nuestra propia existencia. 

Apreciar la vida microscópica también implica reconocer que forma parte del mismo árbol de la vida, en el que nosotros no somos más que una pequeña rama dentro de una inmensa diversidad de seres. Como animales, estamos mucho más relacionados con organismos “invisibles” de lo que solemos imaginar. Un ejemplo claro son los coanoflagelados, nuestros parientes más cercanos: diminutos seres unicelulares que habitan en ambientes acuáticos y se alimentan de bacterias. 

Lo mismo ocurre con las plantas y los hongos, cuyos linajes incluyen numerosos organismos imposibles de apreciar sin un microscopio. Por ejemplo, en el caso de las plantas, forman parte de un grupo amplio que también integra a las algas verdes, muchas de las cuales son invisibles al ojo humano pero fundamentales para la vida en la Tierra. En los hongos encontramos también ejemplos microscópicos esenciales como son las levaduras, las cuales han acompañado a la humanidad desde hace milenios en la fermentación del pan, la cerveza o el mezcal, transformando ingredientes simples en alimentos y bebidas que forman parte de la cultura y la vida cotidiana en Oaxaca. 

Pero más allá de los grupos de seres que conocemos gracias a nuestra visión, el árbol de la vida alberga una enorme diversidad de organismos microscópicos, como las bacterias y los llamados protistas. Dentro de estos últimos se encuentran formas muy variadas como: las amebas, que se desplazan lentamente como pequeñas masas cambiantes; los foraminíferos, con sus delicadas y hermosas conchas minerales; los dinoflagelados, responsables de los destellos luminosos en el mar y de mareas rojas; e incluso grupos de gran importancia médica, como las tricomonas y los apicomplejos, algunos de los cuales causan enfermedades humanas. 

Contemplar la vida microscópica nos enseña humildad: no somos el centro, sino parte de un entramado gigantesco de seres vivos. Esta visión se conecta con cosmovisiones indígenas de Oaxaca, que promueven respeto y equilibrio con la naturaleza. Conocer estos organismos no es sólo ciencia: nos ayuda a proteger ecosistemas, mejorar la agricultura, preservar tradiciones culturales y valorar la biodiversidad que nos rodea, incluso cuando no la vemos. La vida microscópica nos recuerda que lo pequeño puede ser tan esencial como lo visible, y que abrir los ojos a este mundo es abrirlos a nuestra propia naturaleza. 

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