POR: LIC. CARIME KURI FIERROS
El lenguaje que se emplea para hablar con un niño sobre la pérdida de un ser querido, un divorcio, el diagnóstico médico o la pérdida de su mascota, debe ser claro, frontal y breve. Siempre que se presentan situaciones dolorosas que deben ser explicadas a un menor, el adulto que tiene la responsabilidad de hacerlo cae en la duda de cómo decirlo, cuándo decirlo y de qué manera debe comenzar la charla y dar el paso para abordar el tema.
Hay todo un mito alrededor de la capacidad intelectual y emocional del menor para poder entender la desafortunada noticia que está por escuchar, pero de acuerdo a las estadísticas y a mí experiencia personal, son los menores quiénes son más fuertes, razonables y prácticos para asimilar lo que uno trata de decir, no importando su edad. Siempre somos los adultos, que, con base a nuestras experiencias de vida, educación y creencias, generamos un enredo y un torbellino de mentiras y de lágrimas para explicarle a nuestros hijos la nueva decisión que papá y mamá han tomado: vivir separados, anunciar el extravío de la mascota, su verdadero origen o la muerte de un familiar querido.
Al ocultar la verdad, lo único que pasa, es retrasar inútilmente una noticia que tarde o temprano alguien la dará y, que, en muchos casos, quienes lo hacen, son las personas menos conscientes o menos amorosas, las cuales terminarán hablando y poniendo frases e ideas dolorosas o hirientes en la mente y en el corazón de nuestros hijos. Por ello, es muy importante no dejar pasar inútilmente el tiempo para dirigirnos a nuestros hijos y abordar ese tema complicado; de no hacerlo, es posible ser atacados por ellos en un futuro inmediato, con una cascada de reproches y señalamientos, creyéndose traicionados y/o engañados por ocultar la verdad, maquillar la verdad o disfrazarles la verdad.
Los adultos, nos llenamos de justificaciones basadas en la duda y en el miedo con tal de no abordar el tema y decimos frases como: “Es tan pequeño para entender”, “Buscaré el mejor momento para hacerlo”, “Aún nos es tiempo para decirle”, etc. En el caso de muerte de algún ser querido, evitemos las terribles frases como: “Diosito necesitaba un ángel y lo eligió a él”, “Sacó sus alitas y se fue a vivir con Diosito”, “Se murió por ser tan bueno”, etc.
Si el evento permite horas para preparar el discurso, como es el caso de un divorcio, cambio de domicilio, pérdida de la economía, cambio de escuela, etc., pueden consultar con un profesional y, llegado el momento, sentarse a hablar con palabras ordenadas, con sentido lógico, sustentando la verdad, sin apasionamientos y procurando evitar el llanto y el lenguaje bajo y vulgar. Puede estar otra persona como soporte emocional para el menor o inclusive para acompañar al adulto a medir sus emociones.
Es importante evitar hablarlo en lugares públicos para mantener la atención del menor y evitar shows. Apagar celulares, descolgar el teléfono y pedir no ser interrumpidos para poder abordar el tema de inicio a fin. Responder la serie de preguntas y señalamientos que se pueden desprender a partir de oír la noticia por parte del menor. Dar el espacio para que pueda desahogarse desde el llanto interior hasta la reacción violenta y, después, cobijar con el abrazo y el consuelo, acompañar.
Evita presentarte ante el menor con vestimentas raras, con personas desconocidas para él, con algún regalo, que lejos de disfrutar, lo etiquetará como un artículo que le representará dolor el resto de su vida; tampoco manejes la noticia apoyado en la comida porque se puede conectar ésta con la ansiedad y el dolor, desencadenando en el futuro, una serie de problemas.
Si para el evento no te da tiempo de preparar todo, simplemente apártate a un lugar lo más poco transitado y con todo tu amor, tomándolo de la mano, dile lo que está ocurriendo en ese momento o lo que acaba de ocurrir y apóyalo para que pueda dar rienda suelta a sus emociones… ÁMALO.