Por: Romina Silva Espejo
Estos son los onicóforos, un grupo de organismos muy peculiar y poco conocido.
Una posible razón por la que los onicóforos han pasado desapercibidos es su tamaño y estilo de vida: estos animales invertebrados pasan la vida bajo troncos y entre la hojarasca, en los rincones más oscuros y húmedos de la naturaleza. Ver uno en su hábitat natural es un golpe de suerte; pero una vez que los conoces, no hay vuelta atrás: podrían convertirse en tu nuevo animal favorito.
Bajo los ojos correctos, los onicóforos pueden ser increíblemente bellos y hasta tiernos. Tienen cuerpo de “gusano gordito” y suave, lo que les ha ganado el apodo de gusanos de terciopelo. Esta textura se debe a pequeños tubérculos que cubren su piel y les dan un aspecto aterciopelado. Pero hay más: sus extremidades, llamadas lobópodos, son cortas y anchas, como si estuvieran hechos a mano con plastilina, y terminan en pequeñas garras. De hecho, su nombre significa literalmente “portador de garras”.
Aunque parezcan gusanos o moluscos, los onicóforos no son ninguno de los dos. Son un grupo único con lazos evolutivos cercanos a los tardígrados (los famosos osos de agua) y a los artrópodos (como insectos, crustáceos y arañas). También comparten características con los anélidos, por lo que en algún momento se les consideró el «eslabón perdido» entre los gusanos segmentados y los artrópodos. Y si eso no fuera ya bastante interesante…
Los onicóforos han habitado la Tierra desde mucho antes que los dinosaurios. El registro fósil más antiguo se remonta al Periodo Cámbrico, ¡hace 520 millones de años! Desde entonces, su morfología ha cambiado muy poco, por lo que se les considera auténticos fósiles vivientes.
Pero no te dejes engañar por su antigüedad o su tierna apariencia; los onicóforos son depredadores eficientes, con técnicas que parecen sacadas de un cómic de superhéroes. Al detectar a una presa con sus antenas, disparan desde su boca dos chorros de un líquido adhesivo y viscoso, que se entrelazan con movimientos oscilatorios para formar una red. Una vez inmovilizada la víctima, inyectan enzimas digestivas con su saliva y, usando sus mandíbulas, cortan y succionan. Esa misma baba les sirve también para escapar de sus propios depredadores.
Estas tiernas rarezas no están tan lejos de nosotros. En México se han reportado al menos dos especies de gusanos aterciopelados, y las selvas tropicales y bosques nublados de Oaxaca son un lugar ideal donde probablemente habiten, ocultos entre la humedad y la oscuridad. Sin embargo, todavía sabemos muy poco sobre ellos en el país. Y eso es un llamado urgente a voltear la mirada hacia este grupo de animales que, además de su carisma aterciopelado, tienen una enorme importancia en la historia evolutiva de la vida en la Tierra.
