Como todo lo importante en la vida, la música es parte de nuestra naturaleza. Desde que la humanidad es tal, nos ha acompañado para celebrar la vida, mostrar tristeza, maravillarnos o glorificar deidades. Sin duda, la música es algo importante, pero no siempre estamos conscientes de ello. Es triste ver como en los medios de comunicación se le relega a un simple accesorio, no muy lejos de las teorías del filósofo alemán Immanuel Kant, quien en su Crítica del Juicio (1790) la consideraba, de entre las artes algo inferior, al ser solo expositora de sensaciones agradables más no de vivencias humanas reales.
Esto de inmediato cambió, fue Arthur Schopenhauer quien, a diferencia de Kant, dio rango a la música de revelación filosófica y lo único capaz de vencer nuestras angustias. Si esta discusión la llevamos a nuestras vidas y la época actual, podemos preguntarnos: ¿Qué es la música para nosotros? ¿Un componente vital o un mero entretenimiento?
En este momento, hagamos un alto y preguntémonos: ¿Me gusta la música? ¿Le dedico tiempo? ¿Cuánto? ¿Nunca me había preguntado lo anterior? Sea cual fuera su respuesta, hay una buena noticia, nunca es tarde para empezar a apreciarla y siempre es momento para que enriquezca nuestra existencia.
Si la música puede definirse como la combinación lógica de ritmo, armonía, tratemos un solo momento de experimentar lo mucho que ella puede hacer por nosotros. Para ello, lo primero que tenemos que hacer es desprendernos de la idea de que no nacimos para la música; segundo, quitarnos la idea de que ésta es solo asunto de los virtuosos o consagrados profesionalmente al arte sonoro y, tercero, abrirnos para que entre a nuestras vidas.
El ejercicio es hoy mismo, aíslese, busque su lugar favorito, tome sus audífonos, cierre los ojos, y ponga toda su atención en cualquier de estas dos obras: La Sinfonía Pastoral (1808) de Ludwig van Beethoven o la Sinfonía Alpina (1915) de Richard Strauss. Ambas partituras tratan sobre el amor a la naturaleza, y más allá de las descripciones que hacen de paisajes, hablan de lo que sentimos al estar entre árboles, ríos, criaturas o introspección de nosotros y agradecimiento a Dios o la naturaleza. Solo una petición, dedique su mente, atención y espíritu a la música, ésta siempre nos responderá, -Música, oh noble arte, decía Franz Schubert.
Solo advertencia, un error común es intentar dominar o adueñarse de la música. Ponerla de fondo como aquella que nos acompaña en el elevador o en el supermercado. El poeta alemán Friedrich Schiller, bien nos previno: el arte solo vive en libertad, no es siervo ni posesión de nadie. Retome, ahora, su experiencia: cierre los ojos, escuche con toda la atención, sienta, hágase preguntas. Escuche la obra una y otra vez, no siempre las cosas suceden en la primera impresión. Vuelva a aquél pasaje que le fascinó, escúchelo tantas veces como sea posible, reténgalo, emociónese, tal como nos lo pedía José Vasconcelos en su Estética (1935).
En este tiempo de pandemia estamos viviendo uno de los peores escenarios imaginables y eso no se puede negar. Pero, ante tanta adversidad, sin duda la música puede ser algo que nos permita sobrellevar mejor las cosas, al menos en lo que a espíritu se refiere. No nos cerremos a incorporar la belleza en nuestras vidas. Por último, un buen cuestionamiento sería, ya tenemos la disposición, pero ¿Qué escuchar? Como obsequio para nuestro espíritu, les comparto una lista aquella música que subiría el ánimo. Sursum corda! (¡Elevemos los corazones!), como reza la liturgia romana.
-Wolfgang Amadeus Mozart, Conciertos para violín y orquesta números 3 y 5.
-Ludwig van Beethoven, Triple Concierto para violín, violoncello y piano.
-Johann Sebastian Bach, Concierto de Brandemburgo número 2.
-Franz Schubert, Quinteto para piano y cuerdas, La Trucha.
-Robert Schumann, Sinfonía número 3, Renana.
-Félix Mendelssohn, Obertura para El sueño de una noche de verano.
-Franz Joseph Haydn, Concierto para trompeta.
-José Pablo Moncayo, Sinfonietta.
-Philip Glass, Concierto para violín.
-George Friedrich Händel-Sarabande.