Tres historias y un sujeto

Texto e imágenes: Juan Jorge Bautista Gómez

El soñador

Ayer estuve con ella, estaba sentada de lado, con una blusa negra y una falda corta también negra, tenía el pelo oscuro, largo y lacio, le caía por el lado derecho cubriéndole el hombro y el antebrazo.

 

Platicamos largo rato sobre un tema que nos agradaba, lo mejor fue que coincidíamos en lo charlado, reímos mucho y, su sonrisa, me trajo recuerdos perdidos; sus labios carnosos estaban cubiertos de esmalte rojo cálido y, cuando hablaba, mostraba las perlas que por dientes poseía, no se levantó durante todo ese tiempo para nada de la silla, ni cambio la posición de pierna derecha cruzada sobre la izquierda, de hecho, estuvo un poco inmóvil, pero su vitalidad estaba a flor de piel.

 

Yo me alejaba y acercaba a ella, reconociéndola e identificándola, no quería que aquella plática terminara, quería extenderla lo más posible, mientras seguía pensando ¿Quién es? Por supuesto que la conozco, de no ser así, no se diera esta plática tan amena. De vez en cuando me volteaba hacia la pared y ponía mi rostro entre mis manos diciéndome forzadamente ¿Quién es? ¿Quién es? No hubo respuesta, no logré recordarla, no pude hacer las conjeturas necesarias. Al final, desperté en la misma cama de siempre, que por cierto tampoco reconocí.

 

La amena comunicación.

Hace un par de días un amigo me escribió preguntándome: ¿Aún sigues perdido por el mundo? Y sólo tuve ocasión de contestarle: no, yo no estoy perdido, el mundo es el que está perdido y yo voy subido en él; contesté como se nota, más con el sentimiento que con la razón, a veces hay que darle más espacio al sentir que al pensar, porque si no lo intentas, te quedas en la cuadratura minúscula que dicen, permite la mentalidad ordenada, y eso, pensando que posees cierto orden en la mentalidad.

 

Mi camarada no contestó más que con un mar de ja, ja, jas. No supo que más decir creo y, el cursor se quedó solitario y parpadeando en el vacío, esperando quizás que yo escribiera algo más o pusiera otros ja, ja, jas consecutivos. Días después, el mismo colega me volvió a escribir preguntando ¿Y entonces cómo vas? Fue entonces cuando apunté una larga retahíla de jas. Él, nuevamente no contestó, hasta hoy que es el tercer día de nuestra amena comunicación.

 

Ropa ajena

Encontré un bulto de ropa vieja en la calle, estuve contento, ya me ajuarié –me dije-, toda la ropa me quedaba como guante: camisas, pantalones y sacos. Esto me pareció un poco raro al principio, pero no lo tomé muy en cuenta. Salí ataviado a restaurantes, cines, reuniones y toda la gente como que me reconocía, yo, simplemente saludaba sin fijarme mucho en quiénes eran.

 

Así pasé los últimos meses del año que muere. Más, poco a poco, empecé a tener sueños extraños, simplemente soñaba cosas raras, inconexas. Soñé con mi pasada niñez y me vi nacer, soñé con mi vida adulta y me veía caminar sin rumbo, soñé con mi vejez y me vi morir.

 

De pronto, ya no me reconocía, me miraba al espejo y no era yo, mi persona y personalidad cambiaban cada vez con cada muda. Entendí entonces que esas ropas tenían ya sus propias historias y que, al usarlas yo, irrumpía y usurpaba sus viejas identidades ya extraviadas. Una noche sin saber por qué, las quemé. Y ahí en la pira, ellas y yo ardimos juntos, tratando de reencontrarnos en las cenizas.

 

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* juanjorgebg@yahoo.com

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