Francisco Merino, originario de Oaxaca de Juárez, proviene de una familia con raíces en el Valle y el Istmo de Tehuantepec. Aunque sus padres ya no vivieron una cultura plenamente apegada a sus orígenes, desde temprana edad él encontró en el arte una vía de expresión y libertad. Durante su infancia, el dibujo se convirtió en su refugio, un espacio íntimo donde podía ser él mismo. Sus maestros de primaria, secundaria e incluso de la universidad lo recuerdan siempre dibujando en su pupitre. Además del dibujo, exploró la danza contemporánea, la guitarra clásica y el teatro, descubriendo que las artes no eran un pasatiempo, sino una necesidad vital.
A pesar de su inclinación artística, su vida profesional comenzó en otro camino. Estudió Psicología y obtuvo una Maestría en Educación, dedicándose durante una década al ámbito institucional y empresarial. Sin embargo, la inquietud creativa persistía. Un día, tras una serie de eventos personales y un huracán que cambió el rumbo de su vida, decidió renunciar a su trabajo como gerente bancario y regresar a Oaxaca. De vuelta a su ciudad natal, comenzó a impartir clases en la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO), y con el tiempo libre que tenía, retomó la pintura junto al maestro Alfonso, un licenciado en administración que, como él, había encontrado en el arte su verdadera vocación.
Ese reencuentro con la creatividad lo llevó a la ciudad de México, donde estudió en la Academia de San Carlos de la Facultad de Artes y Diseño de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Durante dos años se dedicó a su formación teórica y práctica, para después regresar a Oaxaca y continuar su aprendizaje en espacios como La Curtiduría, donde cursó un diplomado en arte contemporáneo; y en el Centro de Artes de San Agustín (C.A.S.A), donde se especializó en grabado.
Su conexión con el barro y con las maestras y maestros artesanos de comunidades como Atzompa, San Bartolo, San Antonino, Tlapazola y Tavehua lo marcaron profundamente. De ellos aprendió no sólo técnicas, sino una filosofía de vida basada en la tierra, la paciencia y el respeto por los procesos.
Ese ir y venir entre su tierra y otros lugares le permitió valorar la riqueza cultural de Oaxaca y desarrollar un enfoque artístico contemporáneo con identidad propia. Su obra refleja la contemplación de la psique humana y su vocación por la enseñanza. Paralelamente, su espíritu emprendedor sigue presente: ha participado activamente en organismos como la Confederación Patronal de la República Mexicana (COPARMEX), donde fue presidente de la Comisión de Educación; y en Business Network International (BNI), donde se le conoce como “tu amigo sincero, el artista del sombrero”.
Este personaje, creado por él mismo, le ha permitido conectar con empresarios de todo el país y mantener vivo su espíritu colaborativo. Actualmente sigue colaborando con instituciones y empresas, pero desde el arte, a través de intervenciones creativas y también, ejerce la docencia en licenciaturas y maestrías en arte.
Su interés por la pintura nació desde la infancia. Como monaguillo en la Iglesia de La Soledad, se maravillaba con las obras que decoraban los muros y techos del templo. Aquellas imágenes —San Jerónimo con su león y su calavera— despertaron en él una fascinación por la capacidad del arte de representar mundos. Su tío abuelo, Luis Díaz, fue otra influencia decisiva: lo llevaba a museos, le prestaba libros de arte y lo motivó a conocer los grandes templos de la pintura mundial. Años después, ya como estudiante de arte en la ciudad de México, su tío le recomendó visitar tres museos para entender verdaderamente el arte: el Louvre en París, el Prado en Madrid y el Hermitage en San Petersburgo. En 2016, Merino cumplió ese sueño y más adelante, en un viaje a Japón, descubrió el arte oriental, confirmando su convicción: había nacido para crear.
Su proceso creativo se basa en la observación. Posee una necesidad constante de mirar, de descubrir texturas, formas y colores en la naturaleza, en revistas, esculturas o en el trabajo de otros artistas. Esa información visual se transforma luego en lienzos ricos en texturas, donde incorpora materiales diversos que aportan un carácter casi escultórico a la pintura. En el barro, su trabajo tiende hacia lo abstracto y lo surrealista. Se considera un pintor de oficio, capaz de combinar su arte personal con proyectos por encargo. Uno de los que más satisfacción le ha dado es “Inmortaliza tu mascota”, en el que retrata e inmortaliza a los animales de compañía de distintas familias. También realiza piezas conmemorativas para empresas, reconocimientos de trayectoria o eventos sociales, llevando el arte a lo cotidiano y convirtiéndolo en algo cercano y accesible.
Además de la pintura, Merino ha explorado la instalación artística, la escultura y el muralismo. Durante su diplomado en arte contemporáneo se acercó a las nuevas tendencias internacionales, y su instalación “Resiliencia” le permitió participar en la Primera Trienal Internacional Pictórica de Tijuana. En su faceta escultórica ha experimentado con el barro desde una visión contemporánea, destacando su participación en la residencia artística de Casa Wabi y en la exposición colectiva Memory Shop. En el muralismo, ha encontrado una forma de diálogo con el entorno y la comunidad. Sus obras públicas, ubicadas en el Observatorio y el Planetario de Oaxaca, miran a la ciudad desde lo alto del cerro del Fortín, como un regalo del artista hacia su gente.
Durante más de una década, Merino ha buscado compartir su arte, no sólo a través de sus obras, sino también mediante experiencias. Ha colaborado con wedding planners realizando retratos en vivo en bodas, capturando la emoción de los momentos irrepetibles. En su taller Zapote Negro Estudio de Arte, organiza cursos y talleres donde niñas, niños y adultos descubren en el arte un espacio de confianza y crecimiento. A través del color, la textura y la creación, promueve el arte como una zona de seguridad emocional, donde no hay errores ni límites, sólo posibilidades infinitas.
Para Francisco Merino, el arte es una herramienta de conexión, autoconocimiento y paz interior. Enseña técnicas, pero también transmite su experiencia vital: el arte como una expresión del alma, un acto de meditación y un puente hacia el todo. Su misión es acercar el arte a la vida diaria, hacerlo parte de la gente y demostrar que la creatividad es un lenguaje universal. En cada obra, en cada clase y en cada encuentro, reafirma su propósito: vivir para crear, enseñar y compartir el arte como una experiencia cercana, sincera y profundamente humana.
FB: Francisco Merino
Zapote Negro EA
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@zapotenegro_estudiodearte










