Por: Dra. Rosa María Ortíz Prado
Neurobiología y emociones en el enamoramiento humano
En el consultorio he escuchado muchas narrativas del estar enamorado o decepcionado del amor, y en la vida cotidiana el enamoramiento suele expresarse en frases intensas y poéticas: “te amo con todo el corazón” y no “te amo con todo el cerebro”. Lejos de ser meras metáforas, ambas expresiones abren la puerta a una reflexión profunda sobre la naturaleza dual y compleja del amor humano.
¿De dónde surge realmente el enamoramiento? ¿Es sólo cuestión de emociones o, como nos señala la neurobiología, existe una arquitectura cerebral que sostiene la pasión y el apego? Desde mi formación en neurobiología y psicoterapia, el enamoramiento se revela como una experiencia dicotómica, atravesada tanto por las rutas cerebrales de la recompensa y el apego, como por las narrativas culturales y afectivas que moldean nuestro ser en México.
El amor, lejos de la idealización romántica, ocurre en un cerebro que integra recuerdos, expectativas, neurotransmisores y hormonas, y es al mismo tiempo, una vivencia existencial que se siente en el cuerpo, en el “corazón”, aunque su génesis está en circuitos neuronales precisos.
Cuando decimos “te amo con todo el corazón”, nos conectamos con la tradición. El corazón, símbolo de vida, refugio de emociones y protagonista de poemas, encarna la entrega apasionada, el dolor ante la pérdida y la sensación visceral de latido acelerado cuando vemos a la persona amada.
Pero la neurobiología nos invita a mirar más allá. El enamoramiento modifica el cerebro: el sistema límbico (amígdala, hipotálamo), la corteza prefrontal y las áreas dopaminérgicas se activan en cascada, generando placer, obsesión y deseo de contacto.
Así, amar implica una química cerebral compleja: la dopamina nos impulsa a buscar el placer en la compañía del ser querido; la oxitocina y la vasopresina profundizan el apego y la confianza, mientras la serotonina regula la estabilidad emocional.
En consulta, explicar este proceso ayuda a comprender por qué el amor obsesivo, los celos o el apego desmedido generan ansiedad, y cómo podemos intervenir desde la psicoterapia para regular emociones, construir vínculos sanos y resignificar la experiencia amorosa.
No es una disputa entre razón y emoción, ni se trata de elegir entre cerebro y corazón. El ser humano ama con todo su sistema integrado: usa el cerebro para percibir, decidir y soñar, y el corazón para sentir la potencia vital del encuentro amoroso.
En mi práctica clínica, unir el lenguaje neurobiológico con la metáfora cultural permite a los pacientes entenderse mejor, integrar la experiencia amorosa y sanar heridas profundas. En suma, “te amo con todo el cerebro” es reconocer la ciencia detrás del amor; “te amo con todo el corazón” es honrar el sentir. Ambas son verdaderas cuando el amor es vivido, reflexionado y transformado en salud y desarrollo emocional.
Amar es una síntesis, una danza entre moléculas y emociones, razón y pasión, que define lo más humano de nuestra existencia. Claro que es más romántico decir, “te amo con todo el corazón”, ya que el cerebro es un órgano que no ha sido relacionado al amor ni al arte ni a las melodías románticas, sin embargo, es tan o más importante que el corazón en la elección que hacemos de aquella persona a la que hemos elegido para amar.
Quizá el equilibrio consistiría en amar con todo el cerebro y simbolizarlo en amar con todo el corazón.
ROSA MARÍA ORTIZ PRADO
Lic. en Psicología Clínica
Maestra en Neurociencias, certificada en Perfil de Desarrollo Emocional.







